Inteligencia emocional y salud: Cómo lo que sientes impacta en tu cuerpo

Cada día los estudios apoyan con más fuerza la afirmación que sostiene que las emociones y nuestro organismo se relacionan e interactúan entre sí desencadenando reacciones químicas que pueden alterar la respuesta inmunitaria y el funcionamiento de los diferentes órganos y sistemas de nuestro cuerpo a nivel físico y mental. (Ortega, 2010: 466) La relación entre emoción y salud es cada vez más evidente. Las investigaciones han demostrado cómo las emociones negativas contribuyen a disminuir las defensas del sistema inmunitario y por lo tanto predisponen a contraer enfermedades. En cambio, las emociones positivas contribuyen a aumentar nuestras defensas y, en consecuencia, pueden funcionar como prevención. (Bisquerra, 2012:9) Por lo tanto, las emociones se relacionan con la calidad de vida y el bienestar.

Emociones y bienestar

Las emociones están íntimamente ligadas a nuestra calidad de vida. Con la llegada de la psicología positiva, se recuperó el interés por estudiar la felicidad, un tema que ya preocupaba a filósofos como Aristóteles o Shopenhahuer siglos atrás. Existen dos formas de entender ese bienestar:

  • Bienestar hedónico o subjetivo: se da cuando predominan las emociones positivas sobre las negativas en nuestro día a día.
  • Bienestar eudaimónico o psicológico: se vincula con el desarrollo personal, la sensación de propósito y el crecimiento interior.

La inteligencia emocional está directamente vinculada a ambas formas de bienestar, porque nos permite manejar lo que sentimos para generar más emociones positivas y vivir con más equilibrio.

Emociones positivas y negativas: dos caminos diferentes

Podemos agrupar las emociones en dos grandes bloques:

Las emociones positivas: aquellas que son agradables, se sienten cuando se consigue una meta. Estas son; el optimismo, la alegría, la esperanza, la comprensión, la solidaridad, etc. previene enfermedades y conlleva una garantía de éxito respecto a la recuperación de la salud.

Las emociones negativas: las que son desagradables, te sientes bloqueado ante una amenaza o una pérdida. Incluye la ira, el estrés, la ansiedad, la tristeza, la envidia, los celos, etc. alteran el sistema inmunológico, favorece la aparición de enfermedades, la recuperación es lenta y tienen menos garantía de éxito.

Esto no significa que debamos evitar a toda costa las emociones negativas —todas cumplen una función—, pero sí que necesitamos aprender a gestionarlas para que no se conviertan en un estado permanente que afecte a nuestra salud.

Por este motivo, el interés por la inteligencia emocional ha crecido tanto que sus aplicaciones en el ámbito de la salud se han ampliado de manera significativa, incluso en áreas como los trastornos alimentarios. Aquí ha tenido un papel clave la Psicología Positiva, una corriente que cambió el enfoque: puso la mirada en las fortalezas y virtudes humanas, en aquello que nos hace crecer y sentirnos bien. Uno de sus principales aportes es que la felicidad o el bienestar duradero son relativamente estables en las personas, y que se pueden cultivar.

Cuando hablamos de inteligencia emocional y salud, podemos dividirla en dos dimensiones: la física y la mental.

  • Salud física: las personas con mayor inteligencia emocional suelen adoptar estilos de vida más saludables y sostenidos en el tiempo. Esto significa cuidar la alimentación, descansar bien, hacer ejercicio y mantener rutinas que favorecen el bienestar y la longevidad. En cambio, cuando no cuidamos nuestras emociones, el cuerpo lo refleja. Los desequilibrios emocionales pueden manifestarse en problemas cardiovasculares, digestivos, musculares, respiratorios, de la piel o incluso gástricos. Dicho de otra forma: lo que pensamos y sentimos termina expresándose en nuestro cuerpo.
  • Salud mental: también aquí la relación es clara. Quienes tienen más desarrollada su inteligencia emocional disfrutan de un mejor equilibrio psicológico. En cambio, un nivel bajo de IE es un factor de vulnerabilidad: aumenta el riesgo de sufrir ansiedad, depresión o diferentes trastornos de la personalidad. Cuando nuestro estado de ánimo decae, también baja la atención y la concentración, se dificulta la toma de decisiones y pueden aparecer bloqueos emocionales. Esto, además, repercute en la conducta: se deteriora la comunicación, empeoran las relaciones interpersonales y pueden surgir hábitos poco saludables, como una mala relación con la comida.

Cuidar lo que sentimos es cuidar la salud

La conclusión es clara: nuestras emociones y nuestra salud van de la mano. Aprender a reconocerlas y gestionarlas no es un lujo, es una necesidad. La inteligencia emocional nos ofrece herramientas para cuidar tanto de nuestro bienestar físico como de nuestra salud mental.

Cuando notes cómo una emoción intensa te invade, recuerda que escucharla y gestionarla no solo mejora tu ánimo, también protege tu cuerpo. Tu salud física y mental están más ligadas a tus emociones de lo que imaginas.


Bibliografía:

Seligman, M. (1999). The President’s Address. American Psychological Association.Bisquerra, R. (2015). Inteligencia emocional en educación. Madrid: Síntesis.
Ortega, J. (2010). Psicología de la emoción. Madrid: Pirámide.
Rodríguez, J. (s.f.). Psicología positiva y bienestar personal


Sobre la autora:

Lorena Lancho

Maestra y empresaria, experta en inteligencia emocional y salud hormonal.

Puedes seguirla en Instagram @lorenamilan.integrativa

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