En pleno siglo XXI, pese al aumento de la visibilidad y reconocimiento de las personas neurodivergentes, persiste una preocupante confusión conceptual en ciertos ámbitos sanitarios y educativos. Todavía se observa la tendencia, heredada del modelo médico hegemónico, a entender la neurodivergencia como una patología que debe corregirse, en lugar de considerarla una variación legítima de la cognición humana. Esta mirada reduccionista perpetúa el estigma, refuerza la patologización de la diferencia y limita la participación plena de quienes perciben, sienten o aprenden de manera distinta.
De la inclusión compensatoria a la participación efectiva
El propósito central de este enfoque activista es visibilizar la urgencia de una transformación estructural en los sistemas educativos, sanitarios y comunitarios. Las instituciones y sus prácticas deben evolucionar hacia modelos capaces de reconocer, respetar y acoger la diversidad neurológica, abandonando toda lógica de normalización. Resulta imprescindible superar la inclusión compensatoria —que tolera la diferencia bajo condiciones impuestas— y avanzar hacia un paradigma de participación efectiva, sustentado en el modelo social del paradigma de la neurodiversidad, que sitúa las barreras en la sociedad y considera la pluralidad cognitiva un recurso valioso para toda la comunidad.
El verdadero progreso no depende de modificar a las personas neurodivergentes, sino de transformar los entornos mediante ajustes razonables, accesibilidad cognitiva y diseños universales de aprendizaje. Estas estrategias garantizan la equidad, legitiman todas las formas de procesamiento y favorecen una convivencia genuinamente diversa.
Asimismo, resulta imprescindible interpelar al sistema institucional. Muchas personas que enfrentan desafíos específicos—como las no hablantes—ven sus vidas condicionadas por procedimientos burocráticos que las reducen a informes y firmas: mecanismos que infantilizan, invalidan y silencian su propia voz. A menudo son derivadas a aulas específicas o centros de educación especial, decisiones que limitan su desarrollo académico, restringen la interacción social e impiden la implementación de los apoyos y adaptaciones necesarias para una vida plena y autónoma.
Más allá de la inclusión: hacia una participación plena
En este contexto, el término más adecuado no es inclusión, sino participación, pues implica presencia activa y reconocimiento social. Todas las personas, independientemente de su perfil neurológico, poseen los mismos derechos, responsabilidades y capacidad de contribuir al bien común. El mundo no debería concebirse como un espacio que «tolera» las diferencias; por el contrario, debe constituir un ecosistema humano que se enriquece con ellas, integrándolas como fuente de innovación, conocimiento y progreso colectivo.
Aún queda un largo camino para consolidar una sociedad neuroafirmativa y participativa. Esto requiere no solo cambios en políticas educativas, laborales y comunitarias, sino también una transformación cultural profunda: un cambio que replantee la manera en que concebimos la inteligencia, la creatividad y el aprendizaje. La diversidad cognitiva no debe considerarse una excepción ni un desafío a gestionar; constituye, por el contrario, un motor de innovación y un elemento esencial de la riqueza social. Reconocer esta pluralidad implica cuestionar estándares rígidos de “normalidad” y reformular las estructuras que determinan quién tiene voz, quién participa y quién es considerado competente o valioso en distintos ámbitos de la vida social.
Para alcanzar este objetivo, es fundamental que la comprensión de la neurodivergencia se traduzca en acciones concretas y sostenibles: desde la implementación de métodos pedagógicos flexibles hasta la eliminación de barreras arquitectónicas, comunicativas y burocráticas. Implica capacitar a educadores, profesionales de la salud y responsables de políticas públicas para que adopten enfoques basados en la equidad y la accesibilidad, promoviendo entornos donde cada persona pueda desplegar su potencial. Además, demanda un compromiso ético de toda la sociedad: valorar la diferencia, escuchar activamente a quienes perciben el mundo de manera distinta y garantizar que sus contribuciones sean reconocidas y respetadas.
Convertir la comprensión en acción
El futuro de la neurodiversidad depende de nuestra capacidad de transformar la comprensión en acción, convertir la aceptación en participación plena y construir entornos realmente equitativos y adaptativos. Solo mediante un enfoque integral, que combine ajustes estructurales, cambios culturales y reconocimiento ético, se consolidará una sociedad donde la diversidad cognitiva deje de ser vista como un desafío o anomalía y se convierta en un recurso vital para el progreso colectivo, la creatividad y la innovación. La verdadera inclusión, entendida como participación activa y plena, permitirá que todos los individuos—sin excepción—contribuyan al bien común y se beneficien de una convivencia genuinamente diversa y enriquecedora.
En definitiva, la neurodiversidad no es un problema a resolver, sino una oportunidad para repensar la sociedad, sus valores y sus estructuras. Cada ajuste razonable, cada entorno accesible y cada política inclusiva constituye un paso hacia una humanidad más equitativa, plural y justa. El desafío que enfrentamos no es únicamente educativo o sanitario; es ético, cultural y social. Construir un futuro neuroafirmativo significa asumir que la diversidad cognitiva es un derecho, un recurso y una responsabilidad colectiva, capaz de transformar la manera en que aprendemos, trabajamos y convivimos.
Sobre la autora:

Traductora, intérprete, subtituladora, profesora, recepcionista, activista neurodivergente y estudiante de logopedia.
Instagram: @mispiesdescalzos2019 y @mclaino
Facebook: Mari Carmen Laíno Saavedra
Email: mclaino@hotmail.com



